miércoles, 19 de marzo de 2008

ALFREDO AMESTOY ESCRIBE SOBRE SAN JOSE


¿Qué ocurrió en las semanas que siguieron a la llegada de los Reyes Magos al portal de Belén? No fue fácil la decisión que tuvo que tomar el padre de familia ante la amenaza de Herodes. José se convirtió en un desdichado emigrante que hasta que llegase a Egipto, a ese barrio copto de El Cairo, donde se dice que vivió la Sagrada Familia , tendría que cubrir, a través de la península de Sinaí, un camino de más de cien leguas, más de 500 kilómetros .
Con María y el Niño a lomos del asno, el viaje fue pesado y largo, pues los días eran breves en pleno solsticio de Capricornio.No duró mucho la estancia de la Familia en Egipto. Quizás porque José recibiría órdenes de volver, o aviso de que la vida de Jesús ya no correría peligro. Bien es verdad que nada estaba escrito en las Escrituras sobre el cumplimiento de ese viaje a Egipto que no reproducía ni rectificaba el de Moisés.
Tampoco se trataba de que José emprendiera en Egipto una nueva vida. María, conocedora de la misión a cumplir, le habría convencido para volver a Nazaret donde, en la discreción de un hogar humilde y en un taller de carpintería, más que prepararse para la labor redentora, debía aguardar el momento en que el Padre considerara que el Hijo, que se había hecho hombre y ya habitaba entre nosotros, debía iniciar la Redención.
Olvidemos los disparatados hechos y cifras con que especulan los apócrifos y vamos a creer, puesto que así cree la tradición, que María es una joven en torno a los quince años y que José, aun doblando la edad de su esposa, con algo más de treinta años, dista mucho de ser un hombre venerable. Si así fuese, que quizás fue, imaginemos a José con esa edad: unos treinta y dos años. Maduro pero aún joven; joven pero ya maduro, es como siempre se le ha representado, tanto en Belén como en las escenas de la carpintería de Nazaret.
La entrañable estampa del maestro José, cepillo en mano, cuenta siempre con la presencia de un joven aprendiz adolescente, al que el evangelista Lucas dedica sólo media docena de palabras: «El niño crecía y se robustecía». Seis palabras para describir doce años de la existencia del personaje más importante de la Historia.La Sagrada Familia del pajarito, de Murillo No muchas más palabras emplea el mismo Lucas para narrar lo ocurrido cuando ese niño de doce años se les pierde en Jerusalén y le encuentran en el Templo, discutiendo con los doctores sobre la Ley y los Profetas. San José, siempre en un segundo plano, no es el que reprocha a Jesús su descuido y la despreocupación por sus padres.
Es la Madre la que le recrimina de esta manera: «¿Por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, doloridos, hemos andado en busca tuya». El niño, que no está precisamente muy a gusto en el Templo, y lo demostrará cuando se violente, por primera y última vez, y coja un látigo para expulsar a los mercaderes, entrenado como está en la dialéctica que mantiene con los doctores, contesta a María, que muy enfadada debe estar para incluir en su disgusto a José, al que pone por delante: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?»Dice el evangelista que «ellos no comprendieron lo que les había dicho». Si lo afirma el evangelista…, no añadimos nada.
Pero me atrevo a pensar -y Dios me perdone el atrevimiento- que su Madre comprendió perfectamente. Y no porque supiera a qué padre se refería su Hijo, sino porque conocía el carácter del pequeño que, quizás, era común entre los nazarenos. José y el carácter de JesúsChesterton, mejor que Papini, podía haber analizado, más que la manera de ser, la manera de decir de Nuestro Señor, muy peculiar, por ejemplo, cuando aprecia en sus interlocutores indecisión o tibieza. Como ocurrió en el Templo, cuando María le nombra a su padre. Tampoco transige cuando un nuevo discípulo le dice: «Señor, te seguiré, pero permíteme antes que me despida de los de casa».
Le faltó tiempo a Cristo para responderle aquello de «quien después de haber puesto la mano en el arado, mira atrás, no es apto para el reino de Dios».Muy fina también la contestación a la pregunta más perversa. Chesterton diría que «dad al César lo que es del César…» tiene la ironía inglesa. Julio Camba opinaría que, en esta contestación, Jesús se le antoja más que inglés…, gallego. Pero donde Cristo estuvo absolutamente gallego es cuando le presentan la moneda y a su pregunta, ingenuamente, les responde con otra pregunta: «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?» Y cuando le contestan que es de César, les da la famosa respuesta.
¡Qué lástima no disponer de más datos sobre José, que tanta influencia debió de tener en la forja del carácter de Jesús, su hijo adoptivo! Sabemos que el carácter se adquiere y puede modificar el propio temperamento. Podía ser heredada de José, o aprendida de él, la forma, no desprovista de intención y de humor, de contestar a María. No quiero pecar de irreverencia, pero yo siempre he visto cierta sorna, o un poco de guasa, en la respuesta: «Qué nos va a ti y a mí», cuando su madre le dice en las bodas de Caná: «Señor, no tienen vino».
Florencia Bien es verdad que, en Caná, Jesús iba de hijo y podía permitirse estas familiaridades y confianzas con su madre. Por cierto, la ausencia de José a esta fiesta hace creer que ya había muerto el esposo de María y padre putativo del Señor.Si hemos adjudicado a José una edad algo más que doblando la de María, unos treinta y dos años cuando nace el niño, y Jesús tiene veinte en la posible fecha de la muerte del esposo de su madre, José muere con cincuenta y dos años. En ese momento, de acuerdo con esta estimación, la Virgen María tiene treinta y cinco años, y tendrá cuarenta y ocho cuando Jesús sea crucificado.
La imaginería que existe sobre este pasaje de la muerte de san José arroja poca luz sobre la incógnita. Ni la escena pintada en un bello lienzo por el pintor y fotógrafo vergarés Eustaquio Aguirreolea, en 1901, y que se conserva en la iglesia de San Miguel de Anguiozar, ni los dos cuadros firmados por Goya sobre este tema, pintados ambos en 1787, establecen unas edades muy determinadas, pero sí se aproximan a nuestra hipótesis.Jesús pudo resucitar a José como a Lázaro, pero…Los dos cuadros de Goya donde se retrata el tránsito - la Iglesia ha visto con buenos ojos esa presunción que deja abierta la opción de un cambio de vida más que una extinción como la de todos los mortales-, difieren bastante.
Y más en el tratamiento pictórico que en el argumento de la escena. Uno de ellos, quizás el mejor, se encuentra en un museo norteamericano, el del Instituto Flint, en Michigan. El otro, en el que Goya recuerda un poco a Zurbarán, está -porque con ese fin lo encargó Carlos III- en la iglesia de San Joaquín y Santa Ana, de Valladolid.En ambos, san José agoniza, pero no se refleja patetismo ni gran dolor en las figuras de Jesús ni de la Virgen.
El talento de Goya da cabida a la posibilidad de que nos encontremos ante un tránsito más que una muerte.Y, ¿por qué no? Quien fue capaz, y nadie más lo ha sido, de resucitar muertos, ¿cómo no va a reservar a su padre otro tránsito? No es poca la gracia y el alto honor de morir en los brazos del Hijo de Dios y de la Madre de Dios, pero muy posiblemente Jesús no permitió que muriera el que es hoy Patrono de la buena muerte y de los moribundos.El tránsito -para entendernos-, un billete directo a la Gloria , sin pasar por aduanas, es lo más próximo a la Asunción que había reservado para su madre. Era un premio para José más valioso que la propia resurrección.
Los designios divinos son inescrutables, pero, en «aparta de mí este cáliz», hay testimonios de los sentimientos que afloraban en la humana condición de Jesús.Quien rompe a llorar desconsoladamente cuando Marta y María le comunican la muerte de Lázaro, y, sin resignarse a la pérdida, le devuelve la vida a su amigo, ¿qué no va a hacer por su padre adoptivo, por el hombre que le ayudó a nacer en el establo; que veló su sueño en el pesebre; que le salvó la vida, llevándole a Egipto; que le enseñó el oficio de carpintero; que cuidó de él y de su madre, y que fue quien dio sentido y dimensión humana a la obra más perfecta de Dios en la tierra: la Sagrada Familia ?
El destino, el predestino de José es equiparable en muchos aspectos al de María, pero sobre todo en lo que suponía la exigencia plena y absoluta de la virginidad. José lleva, desde el portal de Belén, hasta el día de su subida al cielo, la vara de nardo. Parece que la flor preferida de Jesús. Con óleo de nardos ungía los pies del Señor María de Betania. Pero nadie puede rivalizar con el honor, la gracia, que Dios concedió a José. A veces lo olvidamos. José es el primer ser humano que ve a Dios; cuando en el portal de Belén lo saca del vientre de María.


Alfredo Amestoy

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