lunes, 24 de marzo de 2008

Un cura asturiano que se pasó 40 años en Alemania con los emigrantes


Alberto Torga y Llamedo, dedicó 41 años de su vida pastoral a la atención y al servicio de la colonia española instalada en Holanda y Alemania.

Nacido en 1933, en Vegadali, una aldea próxima a Nava, ingresó en el Seminario a los 11 años. Alto, fuerte, comunicativo y natural, Alberto Torga venía a mi encuentro con la cabeza cubierta por una amplia boina negra.

-¿Cree que un chaval de 11 años puede saber lo que quiere en la vida?

-Puede que no, pero hay tiempo por delante. Yo dije que quería ser cura antes de esa edad. Había venido un párroco nuevo a Nava que solía hablarnos del Seminario, y en una ocasión preguntó: «¿Quién quiere ser sacerdote?» Yo levanté la mano, y mi hermano, que era mayor y mucho más formal, pasmó, y fue corriendo a comentarlo en casa; mi padre dijo que era una chiquillada, pero mi madre se emocionó. Entre bromas y dudas decidieron que empezara estudiar latín, a ver... En junio de 1944 me examiné de ingreso en el Obispado, que entonces estaba en el edificio del Banco de España, en Oviedo, y me aprobaron. En octubre ingresé en el Seminario Menor.

-Me dio pena dejar Onís, pero sólo quedaban personas mayores o niños; los jóvenes habían emigrado. De Nava llegué a Amsterdam, y de ahí a Zaandam, una ciudad industrial de 50.000 habitantes, donde vivían 1.000 españoles. Además de éstos, me ocupaba de otros tantos que trabajaban en Hilversum, a unos 50 kilómetros. Me puse a estudiar holandés en un curso intensivo de dos meses, es una lengua bastante difícil, pero yo tenía 33 años y no me costó mucho aprenderla.

-¿En qué condiciones estaban los españoles?

-Residían en barracas hechas por las mismas fábricas o en pensiones; algunos en barquitos anclados en los canales, pero casi nadie tenía casa. Mi tarea era visitarlos y prestarles toda clase de ayuda, incluso como intérprete; si tenían que ir al médico, a comprar o resolver asuntos de papeles. Les organizaba bailes, sesiones de cine, partidos de fútbol o les rescataba el jamón y los chorizos que habían quedado atascados en la aduana. Los sábados y los domingos celebraba misa en varias ciudades de la zona, y a los niños iba preparándolos para la primera comunión. Organicé un Bachillerato a distancia y clases de español para que los más pequeños no perdieran su idioma.

La Nueva España

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